domingo, 11 de diciembre de 2011

Mazeppa - Poema Sinfonico de F.Liszt

Estimados lectores: después de un periodo de tiempo donde transcurrieron muchos conciertos, viajes y valiosisimas experiencias musicales, vuelvo a escribir en "Música Comentada" (antiguamente llamada "Recomendaciones Artísticas").

Antes de comenzar con mi amadísimo Franz Liszt, quiero comentarles que el antiguo Blog (http://juanroleri.blogspot.com) ha dejado de funcionar debido a la puesta en marcha de mi pagina de Internet (www.juanroleri.com.ar), asi que les pido a mis queridos seguidores y lectores que para saber mis novedades -tanto concertisticas, como de ventas de CD's y sobre todo ésta sección antes mencionada de análisis musical- entren a la pagina web y revisen a piacere.

Ahora si, podemos comenzar con un breve análisis de "Mazeppa", el sexto poema sinfónico del compositor húngaro Franz Liszt.

No voy a hablar demasiado de la vida de Lisz, pero quiero subrayar que fue el mas grande compositor y pianista (junto con Chopin, Brahms y Schumann) que haya tenido el S.XIX. Personalmente siento una profundisima admiración hacia su música, sus sentimientos, su pasión y su técnica pianistica. Toda su obra representa una coherencia tanto musical como sentimental y posee un dominio del instrumento al que pocos compositores han llegado.

En su obra, encontramos trece poemas sinfónicos  Éstos son obras orquestales que ayudaron a establecer el género de la música programática orquestal (composiciones escritas para ilustrar proyectos extramusicales derivados de una obra teatral, un poema, una pintura u obras de la naturaleza). Sirvieron de inspiración para los poemas sinfónicos de Bedřich SmetanaAntonín Dvořák y Richard Strauss, entre otros.

La composición de los poemas sinfónicos resultó desalentadora. Fueron sometidos a un proceso de experimentación continua que incluyó muchas etapas de composición, ensayo y revisión para llegar a un equilibrio en la forma musical.
Consciente de que el público apreciaba la música instrumental con contexto, Liszt escribió prefacios para nueve de sus poemas. Sin embargo, la visión que tenía del poema sinfónico tendía a ser evocadora, usando música para crear un estado de ánimo general o una atmósfera en lugar de ilustrar una narración o describir algo literalmente. En este sentido, el especialista en la obra de Liszt, Humphrey Searle, sugiere que podía haber estado mucho más cercano a su contemporáneo Hector Berlioz que a muchos de los que lo siguieron en la composición de poemas sinfónicos.
En esta oportunidad, vamos a escuchar el poema sinfónico numero 6, Mazeppa. (Compuesto en 1851). Esta basado en la historia de Ivan Mazepa que sedujo a una noble dama polaca, por lo que fue amarrado desnudo a un caballo salvaje que lo transportó a Ucrania. Allí, fue liberado por los cosacos y lo nombraron su hetman (título del segundo mayor comandante militar, después del monarca)
El compositor sigue la narrativa de Hugo para describir el viaje del héroe a través de las vastas estepas en el primer movimiento. La sección de cuerdas interpreta el tema principal, que se transforma y distorsiona con seis golpes de los timbales, que evocan la caída del jinete.2 Después de un silencio, las cuerdas, el fagot y la trompa solista expresan el asombro del accidentado, resucitado por las trompetas en Allegro marziale. Los cosacos colocan a Mazeppa al frente de su ejército (se escucha una marcha) y el tema del héroe se rompe para terminar en la gloria.

Continuación, el poema que sirvio de inspiración a Liszt para su poema sinfónico: "Mazeppa" de Victor Hugo.
¡Así, cuando Mazeppa, que ruge y que llora,

Ha visto sus brazos, sus pies, sus costados que un sable roza,
Todos sus miembros sujetos
Sobre un fogoso corcel, alimentado de hierbas marinas,
Que humea, y hace brotar el fuego de sus belfos
Y el fuego de sus cascos;
Cuando en sus nudos se ha enroscado como un reptil,
Y ha regocijado con su cólera inútil
A sus verdugos jubilosos,
Y vuelve a caer finalmente sobre la grupa feroz,
El sudor en la frente, la espuma en la boca,
Y la sangre en los ojos,
Surje un grito; y de repente por la llanura
Tanto el hombre como el caballo, desbocados, sin aliento,
Sobre las arenas en movimiento,
Solos, llenando de ruido un torbellino de polvo
Semejante a la nube negra donde serpentea el rayo,
Volando con los vientos!
Avanzan. Por los valles pasan como una tormenta,
Como los huracanes que en los montes se agolpan,
Como un globo de fuego;
Luego no son ya más que un punto negro en la bruma,
Luego se borran en el aire como un copo de espuma
En el vasto océano azul.
Avanzan. El espacio es grande. En el desierto inmenso,
En el horizonte sin fin que siempre recomienza,
Se hunden los dos.
Su carrera como un vuelo los lleva, y grandes robles,
Pueblos y torres, montes negros unidos en largas cadenas,
Todo retiembla en torno a ellos.
Y si el infortunado, cuya cabeza se quiebra,
Se debate, el caballo, que adelanta a la brisa,
De un salto más temeroso
Se adentra en el desierto vasto, árido, infranqueable,
Que ante ellos se extiende, con sus pliegues de arena,
Como un manto rayado.
Todo vacila y se pinta de colores desconocidos
Ve correr los bosques, correr las anchas nubes,
El viejo torreón destruido,
Los montes cuyos intervalos baña un rayo;
Ve; y manadas de humeantes yeguas
Lo siguen con gran estrépito.
Y el cielo, donde ya se prolongan los pasos de la tarde,
Con sus océanos de nubes donde se derraman
Más nubes aún,
Y su sol que hiende sus olas con su proa,
Sobre su frente deslumbrada gira como una rueda
De mármol con venas de oro.
Su ojo se extravía y brilla, su cabellera arrastra,
Su cabeza cuelga; su sangre enrojece la arena amarilla,
Los matorrales espinosos;
Sobre sus miembros hinchados la cuerda se repliega,
Y como una larga serpiente se aprieta y multiplica
Su mordedura y sus nudos.
El caballo, que no siente ni el bocado ni la silla,
No deja de huir, y su sangre no deja de correr y manar,
Su carne cae en jirones;
¡Ay! ¡ya a las yeguas ardientes, que lo seguían, irguiendo sus crines colgantes,
Las suceden los cuervos!
¡Los cuervos, el búho con el ojo redondo, que se espanta,
El águila recelosa de los campos de batalla, y el pigargo,
Monstruo desconocido del día,
Los oblicuos mochuelos, y el gran buitre leonado
Que hurga en los costados de los muertos, donde su cuello rojo y calvo
Se hunde como un brazo desnudo!
Todos vienen a ensanchar la bandada fúnebre;
Todos abandonan, para seguirla, la encina aislada
Y los nidos de la casa solariega.
Él, sangrando, perdido, sordo a sus gritos de júbilo,
Pregunta al verlos: ¿Quién pues, allá arriba, despliega
Este gran abanico negro?
La noche desciende lúgubre, y sin manto estrellado.
El enjambre se encarniza, y sigue, como una jauría alada,
Al viajero humeante.
Entre el cielo y él, como un torbellino sombrío,
Los ve, luego los pierde, y los escucha en la sombra
Volar confusamente.
Por fin, después de tres días de una carrera insensata,
Después de haber franqueado ríos de agua helada,
Estepas, bosques, desiertos,
El caballo cae ante los gritos de las mil aves de presa,
Y su pezuña de hierro sobre la piedra que desmenuza
Extiende sus cuatro relámpagos.
Ahí está el infortunado yaciente, desnudo, miserable,
Moteado de sangre, más rojo que el arce
en la estación de las flores.
La nube de pájaros sobre él gira y se detiene;
Muchos picos ardientes aspiran a roer en su cabeza
Sus ojos quemados de llorar.
¡Pues bien! a este condenado que grita y que se arrastra,
A este cadáver viviente, las tribus de Ucrania
Lo harán príncipe un día.
Un día, sembrando los campos de muertos sin sepultura,
Resarcirá por los amplios pastizales
Al pigargo y al buitre.
Su salvaje grandeza nacerá de su suplicio.
¡Un día, de los viejos jefes de los cosacos ceñirá la pelliza,
Grande, con ojo fascinado;
Y cuando pase, estos pueblos que viven en tiendas,
Prosternados, lanzarán la fanfarria estrepitosa
A rebotar en torno a él!


II
¡Así, cuando un mortal, sobre el que se extiende su dios,

Se ha visto agarrarse aún vivo sobre tu grupa fatal,
Genio, ardiente corcel,
En vano lucha, ¡ay! tú saltas, tú lo llevas
Fuera del mundo real, cuyas puertas quiebras
Con tus patas de acero!
Tú franqueas con él desiertos, cimas nevadas
De los viejos montes, y los mares, y, más allá de las nubes,
De las regiones sombrías;
Y mil espíritus impuros que tu curso despierta
En torno al viajero, insolente maravilla,
Apremian a sus legiones.
Atraviesa de un vuelo, sobre tus alas llameantes,
Todos los campos de lo posible, y los mundos del alma;
Bebe del río eterno;
En la noche tormentosa o en la noche estrellada,
Su cabellera, mezclada a las crines de los cometas,
llamea al frente del cielo.
Las seis lunas de Herschel, el anillo del viejo Saturno,
El polo, redondeando una aurora nocturna
Sobre su frente boreal,
Lo ve todo; y para él tu vuelo, al que nada cansa,
De este mundo sin límite a cada instante desplaza
El horizonte ideal.
¿Quién puede saber, salvo los demonios y los ángeles,
Lo que sufre siguiéndote, y qué relámpagos extraños
En sus ojos refulgirán,
Cuando sea quemado en medio de chispas ardientes,
¡Ay! y en la noche cuántas frías alas
Vendrán a golpear su frente?
Él grita espantado, tú prosigues implacable.
Pálido, agotado, expuesto, bajo tu vuelo que lo abruma
Él se da por vencido con horror;
Cada paso que das parece cavar su tumba.
Por fin el término llega… corre, vuela, cae,
Y se incorpora ya rey!



¡Ahora a disfrutar del Poema Sinfónico de Liszt!
(1 de 3)
(2 de 3)
(3 de 3)